Capítulo 1
Anita.
-Ya pronto venderemos la casa- decía Anita con una gran sonrisa, con unas ganas locas de deshacerse de todo y salir corriendo a Valparaíso.
Tenía unos 55 años, tres hijos que ya eran adultos y 30 años de matrimonio con Luis; aun le brillaban los ojos como una adolescente cada vez que lo miraba. Le había perdonado varias infidelidades, ¿Cómo podría ella vivir lejos de su amado Luis? esas mujeres habían pasado por su vida, ella había permanecido allí, cuando embargaron la finca y cayó en depresión por 365 días, incluso cuando tomó la maleta y se fue decidido a vivir con una Pamela; ella se quedó allí, siempre estuvo allí.
-Sueño estar en un balcón, frente al mar de Valparaíso, destapando una botella del mejor vino chileno, sentada junto a Luis viendo el atardecer llegar.
Anita estaba cansada, la crianza de sus tres varones se le reflejaba en cada surco de la cara. Eran hombres de bien, se sentía orgullosa de ello, pero, había llegado el momento de tomarse un tiempo, el resto de vida que le quedaba para ella, y lo que más disfrutaba hacer era estar con Luis.
Su flaco con ojos verdes y gafas gruesas, sonrisa torcida, cabello marrón teñido, su artista, su todo, su alma gemela, de esas que hacen pactos para encontrarse, no para complementarse, sino, para apoyarse y ayudarse a vivir en la vida que les toque estar.
Parece que fue ayer cuando dejó la ciudad para perseguirlo. Parió a los tres muchachos en el campo. Recuerda muy bien el día cuando nació Luisito, la matrona tuvo que espantar a una Sensemayá. Pero Anita era feliz, viendo corretear a los niños por el campo, jugando con pequeños escorpiones, teniendo como fondo la más bonita de las montañas tachirenses.
La adolescencia de los hijos se le juntó rapidito, y coincidió con la quiebra de la finca. Regresaron a la ciudad. Luis estaba deprimido, tanto así que ni los brazos de Pamela le bastaban, pasó así un año entero.
Anita sobrellevo la crisis de los hijos sola, cada una en su propio manera. Mientras Juan quería dejar los estudios para convertirse en un cantante de Rock, José quería irse a vivir con una mujer 20 años mayor; finalmente el menor, la luz de los ojos de Luis, se había enamorado de alguien de su edad solo que, irónicamente, se llamaba como su papá.
Se vendió el auto, el refrigerador, hasta los cuadros que la abuela había comprado en sus viajes a Italia. Se vendió la casa.
Anita y Luis partieron en un vuelo con escala en Perú, para finalmente llegar a las 6:00 a.m. a Santiago. Recién comenzaba la primavera, Anita respiro profundo cuando salió del aeropuerto, y sí, salió una lágrima con sabor a libertad y sueño cumplido ¡Que rico pasar su vida junto a su marido! viviendo tranquilamente frente al mar.
Ya habían pasado dos meses, Anita y Luis no encontraban quien pudiera hacerles un contrato arreglado para poder aplicar a la visa. Vivían en un apartamento en Santiago Centro, de esos que cuestan $50.000 pesos el día. Los ahorros se iban.
Luis comenzó a trabajar como maestro de Sushi, salía temprano en la mañana, no había hora de regreso fija. Mientras, ella ofrecía la lectura del Tarot por Yapo e Instagram.
Por eso esa mañana cuando despertó, no se preocupó
-Habrá doblado el turno de nuevo- pensó.
La llamaron del hospital, a Luis lo habían atropellado.
En la sala de espera estaba Anita esperando lo peor, se pellizcaba varias veces porque ella insistía que esto era una pesadilla, un viaje astral que le dejaría una lección. Luis no estaba en coma, Luis no la dejaría en Santiago sola, Luis no haría eso ¿no?
Luego de varios días en coma, 6 operaciones de cadera, rodilla y pulmón, regresaron a casa.
Ahora era una habitación en una pensión en Quilicura, ya casi no quedaban ahorros, no Señor.
Anita se levantaba a las 4 de la mañana a darle la medicina y los masajes. Esperaban en la cocina comunitaria que llegara el kinesiólogo. Luis no podía caminar.
Atado a una silla de ruedas, mientras avanzaba en la rehabilitación, Luis casi no hablaba, ensimismado, preguntándole una y otra vez a Dios por qué esto le había pasado, en este lugar, en esta ciudad, donde había depositado la ilusión de sus últimos años.
Allí estaba Anita, al pie de la silla, dándole de comer, sobando sus canas, besando sus arruguitas, decepcionada sí, pero enamorada. Sentía un amor de esos que generan envidia por sentir, de esos que te preguntas cómo es que existen.
Una madrugada, Anita se encontró junto a Luis viajando a las afueras de la ciudad, había un prestigioso doctor que les habían recomendado y del cual buscaban una segunda opinión sobre su condición.
Llegaron al hospital, Anita bajó del auto, y con ayuda del chofer sentaron a Luis en la silla de ruedas, era uno de esos días en los que él estaba malhumorado y descargaba su ira e insatisfacción contra todos.
Había un gran pasillo de árboles que precedían a la entrada del hospital, ella empujaba la silla, mientras Luis se quejaba de quién sabe Dios qué. Anita reconoció un olor, un sonido, y su mente voló a las playas del Supí; miró a su derecha, y conoció por primera vez la costa del mar pacífico.
Allí estaba Anita, arrastrando la silla de ruedas, frente al mar de Valparaíso en el que soñó despertar junto a copas de vino.
FIN del cuento número uno de las Crónicas oscuras de migrantes de Chile.
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